viernes, 17 de julio de 2015

Los diez mandamientos

En las artes escénicas y en el cine, el cristianismo en general -aunque no todo él- no tiene objeciones con la representación de pasajes biblícos por parte de actores. Bien parece que pocos reparos puede tener una cuidada puesta en escena, pero es distinto cuando se realiza magia, pues cabe que algunos espectadores inmaduros (y a veces también algunos magos no menos inmaduros) tomen la representación como un chabacano intento de realizar milagros. A fin de cuentas todos sabemos que Charlton Heston es un actor caracterizado de Moisés, no pretendía pasar por él cuando rodó "Los 10 mandamientos". Pero cuando un mago hace aparecer una paloma de la nada, no hace como que aparece, sino que realmente aparece (vale, solamente lo parece, hay truco, pero éste no es identificable por el espectador).


Si me contratan como asesor de efectos especiales para un montaje teatral sobre Moisés puedo hacer que Las Tablas parezcan escribirse solas. Hay varios métodos químicos para que una escritura oculta se revele con una llama como si se escribiese a fuego por una mano invisible. Pero si me llaman para hacer magia evangélica no haré nada de esto ¡la audiencia ya sabe la historia de Las tablas de la Ley! y el efecto -al carecer de un contexto dramático o teatral- desvía la atención del mensaje que se quiere dar. El público se distrae del ¿por qué? hacia el ¿cómo?. El público puede aceptar la aparición de una escritura ígnea como la acepta al ver una película o bien preguntarse cómo es posible que las tablas se escriban solas y a fuego. El mago evangélico habrá fracasado. Podríamos verle como una caricatura de aquellos sacerdotes egipcios que repetían con sus técnicas secretas los prodigios de Moisés. Cualquier ilusionista puede hacer arder una zarza y que no se consuma: un quemador de gas bien oculto y un tratamiento ignífugo para la planta, que puede ser artificial, bastarán. Pero esto nada nos dice de la Palabra. Nada explica y nada enseña. A no ser que usemos el truco dentro de una representación, de un relato. Como en la película citada más arriba (1956, Cecil B. DeMille) donde el "prodigio" no se realiza solo porque se sabe hacer (mejor dicho imitar) sino al servicio de un contexto dramatúrgico.


Pero si me contratan para realizar mi espectáculo de magia evangélica olvidaré mis conocimientos de efectos especiales y haré algo completamente distinto. Algo con significado. Por ejemplo, repartir hojas de un cuaderno para que el que quiera escriba cualquiera de los 10 Mandamientos y el que quiera escriba cualquier otra norma del código de la circulación como "Prohibido aparcar en zona azul" y similares. Luego cada uno tomará su papel en alto y el mago -yo- demostraré lo efímero de las leyes humanas y lo inmutable de la ley divina, pues nadie que haya escrito un Mandamiento podrá romper su papel y todo el que haya escrito cualquier otra cosa lo romperá sin dificultad. Esto es magia evangélica. El truco produce una ilusión al servicio de un mensaje.

Pregúntame: contacto@magiaevangelica.com

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