A finales
de agosto llevo mi magia evangélica al Encuentro de las Iglesias de Cristo en
España, que tendrá lugar en Cangas de Onís. Los niños van a tener en la Escuela
Bíblica de Vacaciones la historia de José y yo quiero preparar algo relacionado
con ello.
José, el
undécimo hijo de Jacob y Raquel, fue en algún momento de la historia (hoy ya no
se duda de que el relato biblíco sobre José refleja acontecimientos históricos)
uno de los hombres más poderosos de Egipto. Gracias a su templanza y buenas
dotes, aunque fuera la interpretación de los sueños lo que hiciera que se
fijasen inicialmente en él. El esclavo vendido a unos mercaderes pasó, tras una
serie de vicisitudes, a ser hombre de
confianza en la administración del faraón -las tribulaciones del pueblo de
Israel comenzarían con un faraón posterior que no conoció a José (Ex. 1,8)-. Todo
esto es bien sabido.
En su segunda
visita a Egipto, sus hermanos, invitados de José al que no reconocen, son
colocados a la mesa por orden de edad, cosa que les asombra, pues no pueden
comprender cómo el gobernador egipcio puede saber ese dato. Sin duda son
informados por el servicio de que José posee una copa de plata para realizar
adivinaciones, luego se les atribuirá su robo.
Era
habitual en la alta sociedad egipcia recabar los servicios de adivinadores. Entre
otras mancias la adivinación en copas era similar a la lectura con posos de café
que –tan falsos como entonces- realizan algunos de nuestros adivinos modernos. Se
echaban unas gotas de un tipo de aceite en el agua de la copa. Ambos líquidos
no se mezclaban, las volutas y sinuosidades del aceite se interpretaban como
figuras con significado. Habiendo empezado su carrera en la administración
egipcia con la interpretación de los sueños, cabe pensar que José tomara fama de
adivinador. Yo no tengo formación ni datos para saber si José usaba realmente esta
“arte” adivinatoria o fue una comedia ante sus hermanos. Cabría pensar que un
hombre tan integrado en la sociedad egipcia bien habría tomado algunos rasgos
culturales –de hecho no se sentaba a la mesa con hebreos porque los egipcios no
lo hacían- pero por otro lado, el relato bíblico nos dice que José advirtió al
faraón al interpretar sus sueños, que solo a Dios corresponde saber lo que esta por
venir. Como se indica en otro lugar de la Biblia, condenando expresamente este tipo de
supersticiones. Desde mi punto de vista esto último es lo realmente importante,
no si un detalle u otro es rigurosamente histórico o una interpretación de unos
acontecimientos que suceden antes del Éxodo y se escriben tomando forma
definitiva después. En el sentido general del relato José no es un embaucador
aunque se integre en la sociedad egipcia, sino un hombre guiado por Dios.
Sea como
sea, al releer el pasaje donde salen a relucir las supuestas dotes
adivinatorias de José y el asombro de sus hermanos, no he podido por menos que
sonreír recordando al profesor Alba, un adivinador de teatro, malagueño
afincado en Valencia, que hizo fortuna
en los décadas de los 20, 30 y 40 del siglo XX actuando en la península y norte de Marruecos.
Falleció en 1944, pero uno de sus hijos ocupó su lugar llevando su nombre a América.
Volvamos a Egipto ¿cómo pudo el gobernador José conocer las edades de aquellos
hombres invitados en su casa? Para nosotros que estamos en el secreto no hay
misterio, pero aquellos hombres ¿cómo podían imaginar que el gobernador
egipcio, administrador de los graneros en tiempos de crisis, con poder para
vender al extranjero, yerno de un sacerdote de On –Heliópolis-, podía tener datos sobre sus respectivas edades?
Salvando
las distancias esto le pasaba al público del profesor Alba. Por ejemplo
adivinará que el caballero de la butaca 4 en la 3ª fila acaba de ser ascendido
en el trabajo. Y que la señorita de la butaca 25 en la fila 12 se llama Paula, ha ido al teatro con su abuela y vive en la calle Mayor número... “no lo
diremos por discreción”, terminemos de dejarla pasmada deseándole que el abuelo
tenga buen viaje. Dos butacas a la derecha de ella, un caballero guarda en su cartera
dos billetes de 500 pts. Y así una inexplicable adivinación tras otra. Lo que
ignora el público es que al ir a coger las entradas el primer caballero
mencionaba su esposa, que las encontraba un poco caras, y él replicaba que ir al teatro era una buena manera de
celebrar el ascenso. Ignora también que la muchacha había tenido que mostrar su carnet de
identidad para demostrar su mayoría de edad, mientras refunfuñaba que era una lástima
que el abuelo hubiera tenido que salir urgentemente de viaje y ella tuviese que
acompañar a la abuela y pasar ese momento de apuro en la puerta del teatro. El último
caballero de nuestro ejemplo intentaba comprar las localidades para dos
matrimonios, pero la taquillera no tenía cambios de 500 pts y él mostraba que
solo tenía dos billetes por ese valor a su amigo, obligado a pagar las entradas
de los cuatro… Una buena propina a la taquillera e irá apuntando para el
profesor Alba algunas informaciones captadas casi por casualidad y anotando las
localidades y filas vendidas. Alguien en la puerta de entrada, en los pasillos, en el
guardarropa, solo tendrá que fijarse en algunos detalles y tomar buena nota. A
mí no me molestan estas artimañas si se usan para crear una realidad teatral,
donde todo el mundo sabe que lo que ocurre es una ficción. Incomprensible, pero
ficción. Otra cosa es cuando se utilizan estas técnicas para embaucar y
confundir al público. Y ya se ve que no hace falta recurrir a engaños
sofisticados.
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